viernes, 1 de junio de 2012

San Isidro: sonrisas y lágrimas en la fiesta de la ciudad


Entre tontas y listas, entre tortillas de patata y niños vestidos de chulapo, un ejército reflectante se arremolina en un punto de la celebración. En medio de dicho colorido una masa humana lucha por escapar de las consecuencias de su propia decisión: el enfrentamiento a un agente de la ley. Tras una acalorada discusión, y amagos de violencia con una joven, el ebrio individuo optó por enfrentarse a un policía que se acercó a sofocar la disputa. Nada más lanzar el primer golpe, el ejército reflectante se abalanzó sobre la masa humana reduciéndola con una eficacia y rapidez que sorprendió a todos.

Ésta es una de las muchas historias que se han vivido en las fiestas de San Isidro de Madrid. La celebración, que ha durado desde el 11 hasta el 15 de mayo, sin duda ha dado un nuevo paso hacia su propia transformación. Si bien es cierto que siempre se busca conservar la tradición, la realidad es que ya son mayoría los que acuden sin conocer sus normas ni costumbres. 

La rosquilla más lista de la cesta sin duda es la que está bañada con la risa de la celebración. El disfrute de las tradiciones, la familia vestida de chulapos, los jóvenes que comparten un día de fiesta con los más mayores y sobre todo la energía que da esta tradición a la ciudad sin duda son la nota positiva. Fueron muchos los que acudieron de forma masiva a la pradera de San Isidro. Los transportes públicos estaban tan saturados que se recomendaba la afluencia por otros medios o el reparto de pasajeros en diferentes estaciones. Para aquellos que llevan acudiendo toda la vida no existió la palabra recortes sino el ¨las cosas están como están…hoy hay que pasárselo bien¨. Y es que ese fue el sentir de los asistentes, San Isidro aparecía como un oasis en este desierto 2012 que permitía que el máximo problema fuera si comer una rosquilla o un pincho de patata.

La otra parte de la celebración, sin duda la rosquilla más tonta, decidió no bañarse de este enriquecedor glaseado. Y algunos que lo hicieron sin duda lo hicieron en exceso. Hablo de aquellos que han convertido San Isidro en excusa para el exceso. El alcohol no es el problema, sin duda cimienta las bases de nuestra cultura de la fiesta, pero sí aquellos que buscan el lugar para llamar la atención. La finalidad de estos días es la del disfrute en comunidad, algo que parecen no asimilar ciertos asistentes. A pesar de ello, un fuerte dispositivo policial fue capaz de reprimir cualquier atisbo de conflictividad. Nadie sabía de dónde surgían, pero lo cierto es que los problemas fueron solucionados inmediatamente. Da la sensación de que no se está logrando transmitir correctamente los valores  que encarna esta festividad y por ello es cada vez más sólo unos días en los que beber tomando el sol.   

Por supuesto que hay que quedarse con lo positivo. El flujo de personas fue constante en toda la celebración, se mantuvieron las tradiciones e incluso acudió un gran número de extranjeros. Madrid vuelve de alegre resaca a la travesía por el desierto español, pero sin duda lo hará con renovadas fuerzas y optimismo para ver que el final está cerca.